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La temporada de esquí 2023-2024 ha confirmado una tendencia que preocupa cada vez más al sector: la creciente vulnerabilidad de las estaciones ante los efectos del cambio climático. La escasez de nevadas y las temperaturas anómalamente altas han puesto a prueba la capacidad de adaptación de un modelo turístico que genera más de 2.000 millones de euros anuales y sustenta cerca de 100.000 empleos en España. Sergi Simón, coordinador de los programas de gestión de riesgos y sostenibilidad de Ealde Business School, profundiza en el tema.

La temporada de esquí 2023-2024 fue una de las más difíciles en los últimos años, con escasez de nevadas y temperaturas anormalmente altas que pusieron en jaque a muchas estaciones. El inicio de la temporada 2024-2025 parecía seguir el mismo camino, pero las recientes nevadas han dado un respiro y abierto una ventana de optimismo.

Esto demuestra que no es necesario que nieve durante meses para salvar la temporada, sino que lo crucial es que nieve en los momentos adecuados y, sobre todo, que las temperaturas acompañen para conservar la nieve.

El turismo de nieve genera más de 2.000 millones de euros anuales en España y sustenta alrededor de 100.000 empleos, una cifra equivalente a toda la población de ciudades como Girona o Cáceres. Sin embargo, el calentamiento global podría amenazar estos puestos de trabajo en las próximas décadas.

El calentamiento global ya ha reducido la temporada de esquí en las estaciones más bajas entre 20 y 30 días en los últimos 50 años, según los datos del Ipcc. En el Pirineo, estudios recientes advierten que, si las emisiones continúan al ritmo actual, la cota de nieve permanente podría subir hasta los 2.500 metros antes de 2050, dejando obsoletas muchas estaciones actuales.

Para compensar la falta de nevadas, muchas estaciones han recurrido a la producción de nieve artificial. No obstante, esta estrategia no es sostenible a largo plazo debido a su alto consumo de agua y energía. Solo en los Pirineos, la nieve artificial ya consume más de 4 hectómetros cúbicos de agua por temporada, el equivalente a 1.600 piscinas olímpicas.

Además, generar nieve artificial en una pista de esquí de tamaño medio consume tanta energía como una ciudad de 1.500 habitantes durante un mes. Con el aumento de temperaturas, la eficiencia de los cañones de nieve se reduce, lo que obliga a usar aún más agua y energía para cubrir la misma superficie esquiable. Lo que realmente define una buena temporada no es la cantidad de nieve caída, sino la estabilidad de las temperaturas, sin frío para conservar la nieve, ni siquiera las mejores nevadas garantizan una buena campaña.

Cambio en el comportamiento de los esquiadores

El cambio climático también está influyendo en el comportamiento de los esquiadores. Un estudio centrado en los Pirineos centrales en 2021 reveló que el 49% de los encuestados continuaría esquiando, pero con menor frecuencia en su estación habitual si las condiciones empeoran, mientras que un 21% optaría por estaciones situadas a mayor altitud o en latitudes más frías. Además, la percepción de riesgo ha aumentado debido a la mayor incidencia de avalanchas y condiciones inestables de la nieve, lo que influye en la elección de destinos y en la demanda de medidas de seguridad más estrictas.

Ante esta situación, algunas estaciones de esquí en Europa han comenzado a diversificar su oferta para depender menos de la nieve. Chamrousse, en Francia, ha convertido parte de sus pistas en senderos para bicicletas de montaña, con un crecimiento del 30% en visitantes fuera de la temporada invernal. Flims-Laax, en Suiza, ha apostado por convertirse en un destino de turismo regenerativo, con hoteles autosuficientes y actividades de ecoturismo. En España, Sierra Nevada ha lanzado iniciativas para aprovechar su infraestructura en verano, con eventos de deportes al aire libre y festivales culturales.

La Molina y Masella, en La Cerdanya, han implementado diversas estrategias de sostenibilidad, como la generación de energía renovable con paneles solares, la optimización del consumo de agua en la producción de nieve artificial y el fomento del transporte público para reducir la huella de carbono de los visitantes. Además, han impulsado actividades de montaña y ocio durante todo el año, como el ciclismo de montaña y el senderismo, para minimizar su dependencia del esquí.

Si bien el cambio climático plantea desafíos evidentes para el turismo de nieve, el futuro no está escrito, las proyecciones climáticas no son una sentencia definitiva, y algunos modelos sugieren que las variaciones estacionales pueden seguir permitiendo años con buenas nevadas.

En este escenario, la clave no solo está en diversificarse, sino en modernizarse y hacer las estaciones más resilientes y eficientes. Algunas medidas clave incluyen mejorar la gestión del agua para la producción de nieve, invertir en tecnologías de predicción climática más precisas y apostar por sistemas de eficiencia energética que reduzcan el impacto ambiental. La innovación puede convertirse en una gran aliada del sector, permitiendo que las estaciones no solo sobrevivan, sino que se adapten con éxito a los nuevos tiempos.

El fin del turismo de nieve tradicional no significa el fin de la economía de montaña. Con planificación, innovación y adaptación, las estaciones de esquí pueden no solo sobrevivir, sino prosperar en un futuro con incertidumbres, pero también con oportunidades.

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